jueves

Red.

Ahí volvía a estar. Encarcelándola una noche más. Intenso y persuasivo, cálido y suave. Rozando sus labios, tatuándose en esa piel. Terminó. Se lanzó un beso y guardó su pinta labios rojo en su pequeño bolso de cuero viejo y negro.
-Buena suerte.-se deseó a si misma. Se subió en sus plataformas, se acomodó el vestido, se retocó el pelo y salió del pequeño y socio baño, que además estaba mal iluminado por una luz amarillenta que le daba un toque mareado a las paredes. Camino por el pasillo pisando fuerte, sabiendo que cuando el amanecer la sacara de su rutina particular no sería capaz de pisar con tanta seguridad impuesta. Esquivó las miradas y las palabras que querían acabar con ella. Quince minutos después ya estaba en su lugar de trabajo, sonó su teléfono: la reclamaban en otra parte.
Una hora y media más tarde volvía a encontrarse perdida entre las sabanas con aroma a lavanda de un hotel, y los brazos de aquel que al día siguiente estaría fingiendo que no la reclama cada vez que se le antoja. Cuando él se dejo caer dormido a su lado, se levantó y fue al baño. Amplio, grande, blanco. Un enorme espejo bien iluminado le devolvía su reflejo sombrío. Ella no quería hacerle frente a esa mirada perdida y sucia. Cogió su bolso y volvió a sacarlo, se repasó sus labios una vez más, volvió a colocarse el vestido. Quiso levantar su mirada hacia la chica del espejo, pero tuvo miedo de lo que un reflejo tan lujoso pudiese devolverle y salió del baño. Él aun dormía, cobró su trabajo de su cartera y se marcho. En la habitación lo único que quedaría de ella sería la marca de sus labios en la camisa de él y algunos restos de carmín en las sabanas. El sol ya había salido. Tal y como ocurría cada día que volvía salir el sol, ella se sentía derrotada y vencida. Las miradas rasgaban su vestido rojo, y ella intentaba no hacer caso. Llego a su pequeño y desordenado piso, y lo primero que hizo fue vomitar ese color rojo tatuado en sus labios. Se arrancó su vestido rojo y dejo que el agua de la ducha intentase limpiar todo su malestar. Encendió las noticias de primera hora. 
Ahí estaba él, sentado con su traje impecable, informando de lo molestas que eran las putas de Madrid. "Puta. Puta. Puta. Puta."
"Hipócritas." Fue el último pensamiento que le dedicó, antes de dejarse caer en brazos de Morfeo, a aquella sociedad que la juzgaba y la excluía, que la reclamaba todas las noches y la tiraba a la basura todas las mañanas, que la menospreciaba y sin embargo parecía ser que la necesitaba.













Si ellas están ahí, es por que alguien quiere que estén. 
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