lunes




















No te molestes. No voy a hacerlo. No voy a seguir escuchándote. Creo que hemos llegado a ese punto en el que nuestros caminos, guste o no, tienen que dividirse. O esto acabará de una manera muy mala. Deja de hablar. Deja de gastar saliva conmigo. Si tan solo razonaras lo que dices... Si tan solo lo pensases. Si tan solo dedicases un instante a pensar si realmente eso que dices es lo que piensas... Pero... Claro. No. Son ideas implantadas, no creadas. Y pretendes que yo también las siga. Y esperas que yo las defiendas. Y esperas que yo las crea, y las sienta como mías propias. Y esperas que cumpla con mi función en la sociedad, y que siga con esta rutina. Si tan solo me dieses un motivo para hacerlo. Si me dijeses, si me dieses una razón. Una. Tal vez una bastase para que yo accediera a continuar con este circo que ahora llaman vida. Pero no me das ninguna. Y sigues hablando. Y no me escuchas. ¿No te he dicho ya que te calles? No voy a hacerlo. Y lo sabes. Tenemos claro que yo no puedo hacer algo si no se me da una razón. Tenemos claro tanto tú como yo, que si no me explicas el por qué, que si no me das motivos, razones... ¡Algo! Yo no me muevo. Necesito saber por que lo hago. Necesito saber por qué tengo que hacerlo. Necesito saber que hay un motivo para hacerlo, y no simplemente por que sí. Por qué es lo que hay que hacer y no hay más. Tú no te molestas en pensar. Y yo tengo que hacer el esfuerzo, sobrehumano por mi parte, de ponerme a tu altura y no pensar. ¿Por qué? Sigues sin escucharme. Y yo empiezo a cansarme de hablarle al viento que me devuelve y escupe mis propias palabras en la cara. No... sigues sin escucharme... ¿Mis palabras alcanzaron a llegar un día a tus oídos? Demasiada distancia. ¿Llegaron si quiera a tocarte alguna vez? Me temo que entre tantos silencios encadenados mis palabras se perdieron y nunca llegaron a su destino.


Seguiré esperando. 



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