viernes


De noche era cuando más despertaba su magia. Salía corriendo, disparatado y sin sentido. Hacía ninguna parte, y un lugar en concreto. Y rezumaba magia e inspiración allá donde mirase… Y siempre miraba a ese cielo encapotado de estrellas curiosas. Y esa luna misteriosa, que siempre paseaba elegante y orgullosa. Esa luna que siempre era la reina de la noche, la atención de todas las miradas.
Y cada noche se enamoraba de ese negro infinito que le absorbía. Y cada noche miraba al cielo. Y dejaba que sus ojos se fueran, allá. Y mucho más lejos. Les permitía tomar las riendas y que se zambullesen en esa negrura y diesen la vuelta a las estrellas. Y que luego se perdiesen en el infinito.
Sí, la noche siempre despertaba su magia.
Solía escribir lo que el mundo le mostraba y lo que el mar tarareaba entre ola y ola. Ese mar negro y tranquilo, con tanto carácter y tantos misterios. Con tanta pureza en él. 

 Pero nunca lo enseñaba. Jamás contaba. Sólo a mí.



-Pero no lo cuentes. No lo entenderían.


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