viernes

Al otro lado del espejo roto.


Rompí el espejo que tenía delante. Tiré una piedra y me quedé frente a él, observando como se dividía en mil pedazos que reflejaban diferentes caras de la sociedad. Los reflejos… todo tan bonito en ellos. Me agaché y recogí uno. Me corté. Mire el pequeño fragmento que sostenían mis dedos ensangrentados: una pradera. Era como si viera un cuadro, dibujado con mucha delicadeza en ese trozo de espejo. Una pradera extensa que se perdía en el horizonte. Un cielo azul, con dos nubes blancas que parecían algodón paseando sin prisas. Un sol, un enorme sol amarillo que parecía feliz. Y el suelo verde. Un verde intenso. Vivo. Y un árbol. Un árbol grande y sano, que daba la sensación de estar encantado de proyectar sombra. Y podría jurar que hasta veía gotas del rocío de la mañana en la hierba, y que las hojas de los árboles se movían con una brisa fresca. Sonreí, encantada de lo que veía. La mano continuaba sangrando. Sentí un ligero escozor, y decidí pasarme el cristal a la otra mano. Me gustaba lo que me enseñaba ese espejo. Me gustaba ese reflejo. Quería ir a ese sitio y tumbarme en esa pradera, a la sombra de ese árbol, y ver ese cielo. Unas gotas de sangre cayeron en el pequeño cristal y la imagen se manchó, pero seguía ahí. Sonreí de nuevo.

Y fue entonces cuando levanté mi vista de ese cristal y miré el espejo roto. Lo que vi me sobrecogió. Ahogué un grito en mi garganta. El fragmento que sostenía en la mano cayó al suelo, pero no se rompió. Al otro lado del espejo roto, todo era muy diferente. La misma imagen que vi en el fragmento. Era el mismo sitio, pero no lo era. Era todo tan oscuro, tan arisco, tan hostil…

El horizonte se veía muerto, como todo en aquel lugar. El suelo estaba fragmentado, roto. El cielo estaba nublado, era de un gris desalmado. El sol estaba muerto. El sol grande y amarillo había sido sustituido por una bola negra y oscura que no brillaba en el cielo. No había hierba, no había nada. Tan solo veía desolación… El árbol estaba caído, y muerto. Como todo. Avancé unos pasos, pasando por encima de los cristales con mis pies descalzos. Atravesé el marco, y de repente me vi en medio de la nada en aquel sitio tan hostil. La mano continuaba sangrando y las gotas de sangre caían pesadas sobre la tierra.

-¿Dónde estoy? ¿Qué es este lugar?- pregunté no se muy bien a quien. Y una voz, que no supe de donde salía, me contestó: “Estás donde querías estar. Esta es la pradera. Esta es la verdadera pradera. Si esperas visitar ese lugar del reflejo, duérmete pequeña. Por que lo que viste, no fue más que el reflejo del pasado.”

Grandes, húmedas y espesas, rozaban mis pestañas las lágrimas sin que yo pudiera hacer nada para evitarlo.

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...