sábado


Echándole un paseo a su memoria soltó de la mano al tiempo y se perdió entre los huecos vacíos que ésta le ofrecía. Caminaba como una turista sin mapa en un país que no es el suyo entre rostros y sonrisas desteñidas que se le antojaban cálidas, aunque algunas amargas. Reconoció manos que acariciaban sus cabellos, y se reencontró con viejos amigos que hace mucho marcharon con el viento del norte. Tomó café en bares con cuadros de lugares por los que le gustaría volver a pasear. Y su corazoncito se encogió en dolor al ver rincones blancos en los que nadie sabe que había antes allí. Continuó avanzando sintiendo la arena en sus pies. Y decidió darse un baño en el mar de las emociones, entonces su vista comenzó a nublarse, y su piel sintió cosquilleos que ya había olvidado. Y más ligeras que la última vez, y más cálidas, bajaban sin prisas las lágrimas por sus mejillas. Se tiró en el césped suave y húmedo, y contempló con armonía la lluvia soleada que aquella madrugada le ofrecía. Las estrellas la despedían una a una. Entonces el tiempo volvió a tomar su mano, y sus ojos se abrieron de improvisto. Y ya no estaba en aquel césped. Ni en aquella madrugada. Ni bajo aquella lluvia soleada.
Se descubrió arropada con una manta, hecha un ovillo en su tejado, con una copa a medio beber de vino, y la cara húmeda. Miró entonces hacía arriba, y estrellas desconocidas la observaba. Se recordó entonces que nunca miraba el mismo cielo. Que cada anochecer un nuevo cielo la despedía, igual que cada amanecer la saludaba otro nuevo. Se recordó entonces que el mundo jamás dejaba de girar, que el universo nunca dejó de cambiar. Que tal vez, y tal vez ni eso, lo único que se mantuvo igual fue aquella copa a medio beber de vino que le hacía compañía aquella solitaria noche. Por que ni ella misma se había detenido nunca. Por que ella nunca dejo de cambiar, y posiblemente nunca dejo de avanzar. Aunque ella apenas notaba el cambio ya, aunque ella ya no veía el avance. Se sonrío así misma, y se río de si misma. Terminó aquella copa de vino y volvió a tumbarse, y continuó mirando aquellas estrellas no tan desconocidas ahora. Se preguntó, por qué si todo avanzaba sin posibilidad de detenerse, por qué tantas veces nos sentíamos retroceder. Por qué, si todo cambiaba a cada minuto, nosotros nos sentíamos estancados, aprisionados, encarcelados. 
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