viernes

Sad Blues


Salió corriendo sin mirar atrás. Mientras las gotas aun no se decidían a caer. Corriendo todo lo rápido que sus tacones le permitían, mientras su bonito vestido de gala se manchaba.
Pero no importó. Ella corrió. Y por fin llegó al coche. Con las llaves en la mano entró, y como si hubiese hecho un acuerdo con la lluvia, ésta decidió que su momento había llegado y se lanzó.
Caía con elegancia mientras el motor rugía mansamente y ella se encaminaba hacía ninguna parte.
Sólo necesitaba andar. La lluvia caía, y arañaba suavemente los cristales, mientras ella se abría paso entre las calles de la ciudad y los cristales se empañaban.
Ella se sentía extraña. Extraña y agobiada. Se asfixiaba. Pero cuanto más distancia veía entre los edificios, más se calmaba. Las luces pasaban coloridas a sus lados, pero para ella apenas tenía color cualquier cosa. Y siguió conduciendo. Entró en carreteras desconocidas. La lluvia decidió que ya era momento de caer con más rabia.
Y ahora caían pesadas y densas. Finalmente ya no había luces a su alrededor. Finalmente no habían edificios, y la última gasolinera hacía rato que la había dejado atrás.
Entonces se detuvo. Lentamente se detuvo y el coche paró. El ronroneo del motor calló. Y ella se dejo caer al volante. La lluvia volvió a caer delicadamente, acunándola con su canción. Ella miro desinteresada por la vida el cristal mojado, y vio las gotas acariciar los cristales.
Ella no quería llorar, sin embargo su espíritu sí lo hacía. Sus ojos se mostraban secos, y su mirada frágil.
Se dejo caer en el asiento, y observo la oscuridad frente a ella. La oscuridad mojada y fría. Algo como lo que ella sentía.
Un poco vacía y melancólica. No pensaba ceder a esa tristeza de alma. Y sentía miedo de esa rabia que ella, personalmente, se había encargado de alimentar con cada trago de vodka y ron barato que había dado y había lamido sus heridas. Abrió su guantera con movimientos pesados. Allí estaban sus compañeros para los malos momentos. Su paquete de cigarrillos y su pequeña petaca. Pero a la segunda ni la miró. Sacó el paquete, sacó un cigarrillo y lo encendió. Bajo la ventanilla mientras aspiraba su aroma espeso. Y las gotas más atrevidas se lanzaron a acariciar su piel.
Dejo escapar el humo entre sus labios ya sin apenas carmín, y éste salió contorsionadose y danzando con el viento y la lluvia. Se escapó por la ventana, denso y con cierta prisa.
Como ella cuando salió de aquella sala, abandonando su copa de vino con apenas dos sorbos.
Demasiados pensamientos tenía en su cabeza. Demasiadas emociones contradictorias. Demasiados motivos para huir. Demasiados pocos para volver.
Observó su vestido sucio. Observo su imagen en el retrovisor. El maquillaje corrido en sus ojos, y su pelo húmedo y encrespado. El humo volvió a colarse en su visión. Y la ventanilla quedó bajada por completo. Observo el paisaje. La luna asomaba entre las nubes tormentosas. Encendió la radio, y las notas de aquel triste blues llegaron a sus oídos. La voz rasgada de aquella mujer profunda tocó su tristeza sin esfuerzo.
Aquella rabia de las notas del saxofón encendió la suya. Y luego todo se fusionó para darle una extraña paz a ella y a su alma. Vio el cielo encenderse en un relámpago y dividirse en dos con un rayo. Pero no escuchó el trueno que retumbo sobre ella.
Ella solo escuchaba aquella canción de blues olvidada que sonaba en la radio.


                                                                    I aint got nothing left to give. 
 Nothing to lose.





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