miércoles

Día normal.

Jueves, 27 de septiembre 2006.



Situación exterior: un día normal.

Situación interior: un día normal.

Rutina, monotonía, lo típico. Te despiertas, desayunas y te vas a trabajar. Terminas, vuelves a casa y lo que encuentras no te gusta. Culpas a tu mujer y la castigas. Cuatro gritos bien dados corrigen a cualquiera. Te largas a tomar unas copas con los colegas, te emborrachas y vuelves a las tantas. Tu mujer se preocupa, te reprocha que estés borracho, te irrita y la castigas. Cuatro guantazos bien dados corrigen a cualquiera. Te acuestas con la conciencia tranquila de que eres un buen marido.





Jueves, 29 de septiembre de 2007.



Situación exterior: un día normal.

Situación interior: un día, no tan normal.

Continúa la rutina, la monotonía, lo típico en tu día a día. Te despiertas, despiertas a tu hijo a gritos y golpes en la puerta, no quieres perder el tiempo y llegar tarde por su culpa, otra vez. Desayunáis juntos en silencio y os marcháis. Le acercas al colegio y finges tenerle mucho amor ante las otras madres. Le abrazas y le revuelves el pelo con “ternura” tu hijo te mira con miedo y odio. Una batalla ganada, te respeta. Te sientes orgulloso de ti mismo. Te marchas a trabajar triunfante. Pero en el trabajo las cosas se tuercen. Llegas a casa de mal humor y no encuentras la cena servida. Tu cabreo aumenta. Buscas a tu mujer y no la encuentras. Tu cabreo aumenta aun más. Tienes hambre, estás cansado y no hay nadie que te sirve. Un poco más. Estás furioso. La puerta se abre de repente y tu mujer saluda. Corres a ella y la castigas. Cuatro gritos bien dados, cuatro guantazos bien dados, cuatro patadas bien dadas, cuatro puñetazos bien dados y una silla bien utilizada corrigen a cualquiera. Tu camisa blanca esta manchada de sangre. Tu mujer llora y suplica. Sigues de mal humor y sus lamentos te irritan. Gritas otra vez. Llega tu hijo, corre hacia su madre y te grita. Te planta cara. Te escandalizas, ¿Cómo se atreve? Te diriges a él, tu mujer grita, tu hijo grita. Te irritas más. Gritas. Agarras a tu hijo y le castigas. Cuatro ostias bien dadas corrigen a cualquiera. Te largas a tomar unas copas con los colegas y regresas a las tantas borracho. Tu mujer no te mira. Se limita a hacer lo que tiene que hacer y se acabó. No reproches, no quejas, nada. La más pura obediencia. Ahora es domestica, sumisa. Tu hijo está en su habitación, dormido.

Te acuestas con la conciencia tranquila. Eres un buen marido y un buen padre.








¿Para quién?

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