miércoles

Fría luz de madrugada.

Me despierto en la fría madrugada, asustada. Me siento débil e indefensa, como una niña pequeña que no puede defenderse. Me levanto de la cama y camino descalza hasta la ventana. El suelo está frío, pero para algo que puedo sentir, no voy a quejarme. Corro la cortina y miro hacia fuera, ¿Qué horas serán?
Las calles están vacías y oscuras, solo se ven sombras sin forma bailar bajo pequeños lagos de luz plateada que evoca la pequeña luna que se ve en el cielo.





Suspiro. Levanto la mirada hacia el oscuro cielo y contemplo anhelante la luna. Tan lejana, tan pequeña, tan inalcanzable... Me calmo un poco, la luna tiene ese efecto en mi, quien sabe por que, y tampoco me interesa saberlo. Durante unos instantes contemplando fijamente la luna y las nubes que pasean sin rumbo fijo por el cielo y me siento tranquila, en paz. Pero al apartar la mirada, darme la vuelta y ver mi oscura, fría y desordenada habitación, esa paz se va y me deja de nuevo sumida en el miedo, la tristeza y el vacío. Me dejo caer poco a poco hasta quedar sentada apoyando mi espalda en la pared. Me abrazo mis rodillas y así me quedo. Mirando como las sombra de los árboles se cuelan en mi habitación y danzan libres y alegres al compás de la melodía que marca el viento afuera.
Vuelvo a sentir miedo, vuelvo a sentirme pequeña, diminuta. Quiero llorar, y no reprimo las ganas. Las lágrimas silenciosas caen por mi cara, y dejo que un sollozo escape de mi boca.



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