domingo

Tic, tac, tic, tac, tic...


Y empecé a sentirme como esa hora perdida de aquel reloj roto. Vagabundeando en el tiempo sin avanzar, sin retroceder. Estancada en aquel ocaso del 4 de febrero de un año que no alcanzo a recordar. En aquel lugar de cielo azul y naranja y tierra sin color. Donde no había nadie y había cientos de recuerdo observando el espectáculo. Donde las nubes eran los actores estelares de esa obra efímera y el sol era el protagonista principal. La función acaba y vuelve a comenzar. El tiempo no avanza y tampoco hecha hacia atrás. El reloj sigue sin hacer tic-tac, y yo sigo sin poder dar un paso más.

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